PREÁMBULO DEL PROYECTO DE LEY PARA LA REFORMA POLÍTICA

Texto académico de evaluación continua
Fundamentos de Ciencia Política II: Sistema Político Español
(Grado de Ciencia Política y de la Administración -UNED).
Ilustrado en este post con viñetas de Perich El Roto.
Este comentario de texto acerca del Preámbulo del Proyecto de Ley para la Reforma Política (a partir de ahora, LRP) aprobado por el Gobierno de España el 10 de septiembre de 1976 se estructura en torno a cinco cuestiones:

1. ¿Desde Dónde? ¿Cuáles son los antecedentes políticos más próximos en los que se contextualiza este texto? Responder a esta cuestión nos llevará del 20-N al desastre sin paliativos de Arias Navarro.

2. ¿Dónde? ¿Cuál es el contexto político en el que se aprueba? Responder a esta cuestión nos llevará del desastre sin paliativos de Arias Navarro al impulso democratizador de Suárez.

3. ¿Qué?¿Cuál es el contenido del articulado de la LRP? Responder a esta cuestión nos llevará a considerarla como el instrumento jurídico medular del proceso de democratización que se inició en nuestro país durante el año 1976.

4. ¿Cómo? ¿Cuál fue el procedimiento que se diseño y desarrolló para la aprobación de la LRP? Responder a esta cuestión nos llevará del suicidio político de las Cortes franquistas a su ratificación por referéndum.

5. ¿Para Qué? ¿Cuáles son las consecuencias directas e inmediatas en el corto plazo de la entrada en vigor de la LRP? Responder a esta cuestión nos llevará a la legalización de los partidos políticos, a la amnistía, a las elecciones a Cortes Constituyentes y a la Constitución de 1978 en el contexto político de un bipartidismo imperfecto.



¿Desde Dónde? Del 20-N al desastre sin paliativos de Arias Navarro. En cuanto tuvo conciencia que estaba muriendo, Franco redactó su testamento político al pueblo español. Fue leído en directo por televisión por un lloroso y compungido Arias Navarro a las diez de la noche del mismo día de su muerte. «Creo y deseo no haber tenido otros [enemigos] que aquellos que lo fueron de España». Y advertía: «No olvidéis que los enemigos de España están alerta» (Preston, 1998:966) [1]. Es probable que esta profecía de Franco influyese en la forma protogubernativa de dirección política que Arias Navarro ya venía demostrando (antes del 20 de noviembre de 1975) y continuaría demostrando después, al frente del ejecutivo. Lejos de la capacidad hacedora que un semestre después demostraría Adolfo Suárez, objeto y sujeto de la transición democrática, Arias Navarro sólo fue un objeto de la misma. Desde sus inicios (en enero de 1974, después del asesinato de Carrero Blanco) el gobierno formado por Carlos Arias Navarro mostró una incapacidad manifiesta, ya no para acometer alguna reforma de consideración, sino incluso para desarrollar algún tipo de política (ni interior, ni exterior, ni económica). Era un gobierno paralizado por los equivocados [2] «bunkerizados» (Vilar, 1978:260) [3], los elementos inmovilistas del régimen, así como bloqueado por las maniobras de los círculos militares próximos a los Franco. A pesar de la complicada situación [4], esta inhibición política acompaña a Arias Navarro durante los seis meses y medio de tránsito entre la muerte de Franco y la designación de Adolfo Suárez como Presidente del Gobierno, el 3 de Junio de 1976.



A finales de 1975, cuando Juan Carlos de Borbón es proclamado como rey de España jurando lealtad a los principios del Movimiento Nacional, Arias Navarro «era tan cadáver político como Franco lo era físico» y su ratificación al frente del gobierno por parte del monarca generó no poca decepción. Juan Carlos de Borbón pretendía suavizar el tránsito y evitar la erosión de un «hombre nuevo» en los difíciles primeros momentos de tránsito. Desde la «lógica de la apertura sin ruptura», Torcuato Fernández Miranda (como presidente de las Cortes y del Consejo del Reino) proyectó «un cambio de la casa desde dentro y sustituyendo pieza a pieza, sin romperla» (Comella, 2008:355) [5] en el que, simultáneamente, se produjese un progresivo desarme del régimen y una construcción pacífica del nuevo sistema, esto es, siempre yendo «de la ley a la ley a través de la ley» (Tusell, 2005: 289) [6]. Así pues, el origen de la LRP descansa en el cuerpo legislativo del régimen legal vigente en 1975: el modelo de Estado franquista estaba soportado y regido por un sistema normativo pseudo-constitucional conformado por las Leyes Fundamentales del Reino y los Principios Fundamentales del Movimiento, que incluían los procedimientos de enmienda y reforma. Siguiendo las recomendaciones de Fernández Miranda, la transición de un régimen autoritario a otro democrático respetó las leyes vigentes, de mofo y manera que la LRP fue la octava ley fundamental que permitía avanzar hacia la democracia evitando vacíos normativos potencialmente generadores de inestabilidad política. ¿Resultado final? La voladura controlada del régimen franquista.

Ya se adivinaba el gran juego de las intrigas. La limitada capacidad de iniciativa de Arias Navarro se puso de manifiesto de nuevo al admitir la presencia de algunos reformistas entre los miembros de su gobierno (Fraga, Garrigues y Areilza), que, habiendo recibido el encargo de preparar una evolución que emulase los modelos griego y portugués (Vilar, 1978:260) y permitiese la integración de España en una Europa «centrista» y «socialdemócrata» con el beneplácito de Estados Unidos, supuso un claro intento de equilibrar las fuerzas entre las facciones del régimen para avanzar por la senda de una reforma mal definida y fuertemente controlada desde el poder. Esta fórmula de la «dictablanda» (así calificada desde la oposición) (Vilar, 1978:261) se demostró anacrónica. Las facciones eran personalidades rodeadas de séquitos, reducidos y enfrentados entre sí, tanto por lo acontecido en el pasado como por sus respectivas propuestas de futuro. Estas diferencias se agudizaron por la ausencia de unos objetivos de gobierno claros por parte de Arias Navarro y que fuesen compartidos por todos. Asesorado por un Fraga «jugando a ser Cánovas», Arias Navarro procedió a una apertura controlada que integrase a una oposición dispuesta a «jugar a ser Sagasta». El gobierno anunció unas reformas liberales, autorizando las asociaciones políticas, que resultaban irrisorias (Vilar, 1978:242). Los objetivos de Arias Navarro pasaban por reformar tres Leyes Fundamentales (de Cortes, de Sucesión y la Orgánica del Estado), las leyes de Reunión y Asociación y aprobar una nueva ley sindical, así como acometer una reforma del sistema tributario. Habiendo aprobado las reformas de las leyes de Reunión y Asociación, se legalizaron los partidos políticos, si bien, la plena aplicación de sus efectos jurídicos, precisaba de la previa abolición de los artículos del Código Penal que tipificaban como delito la afiliación a los partidos políticos. En este punto, las Cortes se mostraron intratables y votaron en contra, circunstancia que supuso un golpe del que no pudo recuperarse el gobierno de Arias Navarro. Aunque en una proclama de reformismo aparente prometió «cuatro partidos políticos antes de un año» (Comella, 2008:354) en las páginas de Newsweek (Prego, 1995:391) [7], Arias Navarro se opuso al reconocimiento del Partido Comunista de España y a todos aquellos que pudieran ser separatistas. Su aparente talante aperturista y liberal fue flor de un día (Prego, 1995:391). El propio monarca lo calificó de «desastre sin paliativos» (Prego, 1995:441).


¿Dónde? Del desastre sin paliativos de Arias Navarro al impulso democratizador de Suárez. En este estado de cosas, para llegar a una democracia plena se hacía urgente un cambio de gobierno, objetivo último de Juan Carlos de Borbón. Ante las resistencias del Consejo Nacional del Movimiento ante las reformas, el rey solicitó la dimisión de Arias Navarro, obteniéndola de inmediato. Con el ¿democrático [8]? (Sodaro, 2004:66) [9] nombramiento posterior de Adolfo Suárez, antiguo Secretario General del Movimiento Nacional, como nuevo presidente del gobierno comenzó la fase decisiva entre la crisis del régimen franquista y la instauración de la democracia. Eso sí, al frente de un «gobierno de penenes» que, a pesar de gozar de poca confiabilidad dentro de algunos sectores del arco parlamentario del momento, va a iniciar el camino de la liberalización a la democracia (Tusell, 2005:287) y la liquidación institucional del franquismo.

El nombramiento del relativamente desconocido Adolfo Suárez se planteó como un juego táctico en el que Juan Carlos de Borbón y Torcuato Fernández Miranda aislaron a los elementos más involucionistas, pero también a los aperturistas más conspicuos y rechazados por éstos (como los ya citados, Fraga o  Areilza). A partir de ese momento se fue avanzando en el proceso de reforma impulsado desde el gobierno, en diálogo discreto con la oposición y con un permanente ruido de sables proveniente del sector involucionista, alentado por el terrorismo, tanto de extrema izquierda, como de extrema derecha. Es posible que a más de un@ pesimista, a principios de 1977, le viniese a la cabeza, salvando las obvias diferencias históricas, la inestabilidad que caracterizó nuestro siglo XIX. Antes: ciento treinta Gobiernos, nueve Constituciones, tres destronamientos, cinco guerras civiles, decenas de regímenes provisionales y un número incalculable de revoluciones que podemos cifrar en dos mil, es decir, un intento de derribar el poder establecido cada diecisiete días (Comella, 2008:234). Ahora: fin del franquismo, gobierno de Arias Navarro y, apenas un semestre después, nombramiento de Adolfo Suárez como nuevo Presidente del Gobierno, como preludio de lo que sucedería un año después: su legitimación ante las urnas por sufragio universal.

La transición democrática continúa su proceso gradual de apertura política que culminaría con la aprobación de la Constitución de 1978. Después del primer semestre de gobierno de Adolfo Suárez, el momento político queda caracterizado por cuatro factores básicos:

1. Retroceso de los Inmovilistas. Muestra de esta tendencia la tendremos en los años venideros. En las múltiples elecciones municipales, autonómicas y generales habidas en España desde 1977, los partidos que defienden abiertamente valores franquistas nunca han cosechado más del 2% de los votos (Preston, 1998:975). No obstante, los inicios de la transición muestran un sector bunkerizado que, publicando en El Alcázar, está liderado por ilustres demócratas como José Antonio Girón de Velasco, José María Fernández de la Vega y Sedano o Blas Piñar.

2. Afianzamiento de los Reformistas. En este juego de fuerzas políticas, que afortunadamente no acabó siendo de suma cero, Rodolfo Martín Villa, Ministro de Gobernación del momento, atribuye la principal responsabilidad de la transición a los más jóvenes y reformistas del régimen anterior y a los más viejos de la oposición (Tusell, 2005, 279).


3. Fracaso de los Intentos de Militarización del Orden Social. Se sucedieron numerosos intentos de militarizar el orden público en una confluencia de intereses por parte de grupos de extrema-derecha (Guerrilleros de Cristo Rey y Falange Española) y extrema-izquierda (ETA y GRAPO). Al quedarse fuera del nuevo sistema en gestación, unos y otros actuaron en la línea de crear un clima de pánico que paralizase el proceso de instauración democrática. Esta postura quedó ejemplificada con los sucesos de la calle Atocha de Madrid perpetrada por camisas azules [falangistas] y boinas rojas [carlistas] con corbata negra [guardando luto por José Antonio] a la caza del rojo. No obstante, la «Matanza de Atocha» generó justamente el efecto contrario al pretendido [10]. Viendo las imágenes de la manifestación convocada ante estos sucesos de Atocha con motivo del entierro de las cinco víctimas mortales [11], reaparecen de nuestra memoria reciente los centenares de miles de personas que, al grito de «Basta Ya» y entre un mar de manos blancas, salieron a las calles e impregnaron España del «Espíritu de Ermua» con motivo del secuestro y posterior muerte anunciada de Miguel Ángel Blanco por parte de ETA en julio de 1997.


 4. Avance de la Oposición Democrática. La oposición democrática pasa de la presión de la calle a sentarse en la mesa de negociación [12]. Durante la fiebre asociacionista, llegaron a constituirse más de doscientos partidos políticos (Comella, 2008:355), aunque la conciencia del «voto útil» polarizó las fuerzas y acabó por centrar las opciones en unos pocos partidos políticos. El Partido Comunista de España (PCE) contaba con doscientos mil afiliados. Liderado por Santiago Carrillo, este partido obtuvo el 10% de los votos en las elecciones celebradas el 15 de junio de 1977 (Preston, 1998:974), cifra que representó la obtención de 19 escaños. Organizada en una Plataforma de Organismos Democráticos o «Platajunta» (Prego, 1995:420), la oposición articuló las siguientes peticiones en la negociación emprendida con el gobierno: (a) Convocatoria de Cortes Constituyentes, (b) Amnistía, (c) Legalización de los partidos políticos, (d) Reposición  de los Estatutos de Autonomía plesbicitados en los años treinta, y (e) Disolución de las instituciones de la dictadura.

Estos factores configuradores del contexto político de finales de 1976 y principios de 1977 se vieron fuertemente influenciados por la aprobación en referéndum (celebrado el 6 de diciembre de 1976) del proyecto de LRP Adolfo Suárez ante las Cortes meses antes. Habiéndose asegurado la neutralidad de las Fuerzas Armadas y negociado con los sectores del régimen el procedimiento de reforma, Suárez logró que las Cortes aprobasen su proyecto, dotando de legalidad el referéndum de ratificación de la LRP. El éxito cosechado por Suárez en el referéndum le dotó de absoluta legitimidad para negociar ante la oposición (desde comunistas hasta demócratas-cristianos, pasando por partidos regionalistas) las políticas a seguir para llegar a unas primeras elecciones generales libres convocadas en España desde 1936. Repasando las imágenes de lo sucedido en la sesión parlamentaria en el Congreso de los Diputados del 18 de noviembre de 1976 en la que se votó y aprobó la LRP, no puede dejar de sorprendernos el semblante de Adolfo Suárez al comprobar que el proyecto por él liderado finalmente significó la tan anhelada legalización de los partidos políticos [13]. Cerrando los ojos y dibujando una sonrisa que deja entrever plena satisfacción, apoya su cabeza sobre su asiento del hemiciclo… ¿Visualizando anticipadamente la edición del BOE del 29 de diciembre de 1978? ¿O dibujando también anticipadamente el arco parlamentario que se configuraría tras las elecciones de junio de 1977?

No obstante, desde cierta parte de la oposición, partidarios de una ruptura que finalmente quedó descartada, se rechazó inicialmente la LRP por cuanto constituía el símbolo visible de una reforma pactada desde las entrañas del poder. En la izquierda tan sólo el PCE se opuso a la fórmula propuesta por el Gobierno: eludía la convocatoria del proceso constituyente reivindicado. Por su parte, el PSOE mostró su oposición, promoviendo incluso una resolución condenatoria ante el Parlamento Europeo. Sin embargo, la mayor parte de los grupos de oposición, mientras planteaban protestas formales, esperaban con interés la evolución de los acontecimientos. La transición fue un periodo de reforma del poder porque la ruptura, aspiración histórica de la oposición a lo largo de numerosos años de resistencia antifranquista, quedó descartada ya en 1976. Durante el congreso que celebró en diciembre de 1976 en Madrid, el PSOE aceptó participar en el juego electoral. Por su parte, el PCE forzó los acontecimientos y, a pesar de continuar siendo un partido ilegal, Santiago Carrillo se presentó en Madrid el 10 de diciembre, siendo detenido trece días después. No obstante, el Gobierno, que retrasó la legalización del PCE hasta la primavera de 1977, se vio obligado a reconocer de facto su existencia. Alternativamente, el PCE, creador de la tesis de la ruptura, aceptó, también de facto, la reforma política. Según palabras de Juan Luis Cebrián, director de El País en 1976: «La discusión entre ruptura y reforma se saldó con un resultado ambiguo, aunque eficaz: se adoptaron métodos reformistas, mediante la votación de leyes que facilitaran la convocatoria de elecciones generales y la apertura de un periodo constituyente; se estableció un compromiso con la Corona y se dio paso a un régimen de nueva planta, construido sobre el suicidio o la transformación profunda de la derecha que había sustentado el anterior».

¿Qué? La LRP: el Instrumento Jurídico del Proceso de Democratización. El proceso de reforma política abordado se trató de un conjunto de modificaciones de la legislación de carácter autoritario y vigente en España hasta ese momento (Leyes Fundamentales del Reino) y que, dos años después, desembocaría en una Constitución que convirtió a España un  estado social y democrático de derecho. Precisamente, será la Constitución de 1978 la que derogue la LRP. La reforma tenía como objetivo reconocer y garantizar el ejercicio de los derechos fundamentales y las libertades públicas, además de legalizar los partidos políticos y la sindicación. Así mismo, implicaba la aprobación de una Ley Electoral para regular los comicios y la modificación del Código Penal que despenalizase los tipos delictivos de carácter político y que concediese una aministía a los condenados por tales delitos. La piedra angular del proceso fue la LRP, instrumento jurídico que permitió articular la transición española del régimen dictatorial franquista nacido tras el último parte de guerra del 1 de abril de 1939 a un sistema constitucional democrático, una monarquía parlamentaria como se definiría en la Constitución española de 1978 tras las elecciones generales de 1977. Las palabras del reformista Alfonso Osorio explican con claridad como la reforma que quería Juan Carlos I fue la que se realizó a través de Adolfo Suárez: «El Rey tenía claro que tenía que haber un régimen de libertades igual para todos los españoles y que en ese régimen de libertades la única forma de representación política era la democracia y que las cámaras debían ser elegidas por sufragio universal […] El Rey sabía que las únicas monarquías que sobrevivían en el mundo eran las que estaban dentro de esa fórmula […] y que él no podía ser un rey del siglo XVIII, ni tan siquiera del siglo XIX».

A finales del verano de 1976 se inició la redacción de una LRP en la que participó muy activamente Fernández Miranda. El proyecto, objeto de varias redacciones, tuvo siempre bien claros los propósitos fundamentales: la ley tenía que resultar aceptable para la oposición y conducir rápidamente a unas instituciones democráticas. El día 8 de septiembre se presentó a los altos mandos militares, ante los que Adolfo Suárez pareció dar la sensación que no se admitiría la legalidad del PCE. Dos días más tarde, se dirigió al país y, más que defender un texto legal, anunció la apertura de un gran debate nacional destinado a acomodar las leyes a la realidad española del momento. Anunció que el Gobierno se proponía dar la palabra al pueblo español para solucionar el problema político. Su planteamiento estratégico consistió en un texto legal para la reforma política que posibilitaba un resultado final democrático, pero sin crear un marco cerrado, ni rígido. En su preámbulo, la LRP declara la democracia como objetivo final que, sin improvisaciones, debe partir de la realidad social existente. Los principios de sufragio universal y de soberanía de la ley introducían una especie de auto-ruptura que, restando legitimidad a las instituciones franquistas, introducía otro principio de legitimidad: la soberanía del pueblo español. Considerando que España vivía una situación transicional, la LRP dio por sentado que el contenido jurídico definitivo no se conocería hasta después de consultada la voluntad nacional. Sólo entonces, se abordaría la institucionalización de las peculiaridades regionales, el sistema de relaciones entre el Gobierno y las Cámaras legislativas (esto es, la responsabilidad del Gobierno ante el Parlamento), la reforma sindical. Tampoco se hacía alusión alguna a la institución monárquica (para no cuestionar su legitimidad).



Los ejes políticos fundamentales derivados del análisis detallado de su articulado son los siguientes:

1. Un Estado democrático basado en la supremacía de la ley como expresión de la voluntad soberana del pueblo como derecho político igual para todos, residiendo en las Cortes la potestad legislativa (elaboración y aprobación de leyes), con la posterior sanción y promulgación por parte de la Corona.

2. Unos derechos fundamentales de la persona inviolables y que vinculan a todos los órganos del Estado. Esta adhesión a los derechos fundamentales daba sentido a todo el texto.

3. Unas Cortes bicamerales compuestas por el Congreso de Diputados (conformado por 350 diputados elegidos por sufragio universal, directo y secreto de los españoles mayores de edad) y el Senado (conformado por 207 senadores elegidos en representación de las entidades territoriales, si bien la Corona puede designar para cada legislatura un máximo del 20% de los senadores elegidos). Con unos mandatos por cuatro años, ambas cámaras gozan de autonomía reglamentaria y organizativa (eligen a sus respectivos presidentes), si bien el Presidente de las Cortes y del Consejo del Reino serán nombrados por el rey. La misión de estas dos Cámaras sería la elaboración de una nueva Constitución. Las discrepancias existentes respecto al sistema electoral a utilizar se dirimieron por el procedimiento de que el Senado se elegiría por una ley electoral mayoritaria, mientras que el Congreso emplearía un sistema proporcional.

4. La iniciativa de reforma constitucional corresponde al Gobierno y al Congreso de Diputados y requiere la aprobación de la mayoría absoluta de los miembros de ambas cámaras (Congreso y Senado). El Senado delibera sobre el texto previamente aprobado por el Congreso y, si este no fuera aceptado, las discrepancias se someten a una comisión mixta (compuesta por los presidentes del Congreso y del Senado, 4 diputados y 4 senadores, elegidos por las respectivas cámaras). Si esta comisión no llegara a un acuerdo o los términos del mismo no merecieran la aprobación de las dos cámaras, la decisión se adoptará por mayoría absoluta de los componentes de las Cortes en reunión conjunta. El rey, antes de sancionar una ley de reforma constitucional, deberá someter el proyecto a referéndum de la nación.

5. Iter Legislativo Ordinario. En la tramitación de los proyectos de ley ordinaria y como cámara de segunda lectura, el Senado delibera sobre el texto previamente aprobado por el Congreso. Si éste no fuera aceptado, las discrepancias se someterán a una comisión mixta (también compuesta por los presidentes del Congreso y del Senado, 4 diputados y 4 senadores, elegidos por las respectivas cámaras). Si esta comisión no llegara a un acuerdo por mayoría simple de ambas cámaras, el Gobierno podrá pedir al Congreso de los Diputados que resuelva definitivamente por mayoría absoluta de sus miembros.

6. Referéndum. El rey podrá someter directamente al pueblo una opción política de interés nacional (constitucional o no) para que decida y cuyos resultados se impondrán a todos los órganos del Estado. Si el objeto de la consulta se refiriera a materia de competencia de las Cortes y éstas no tomaran la decisión correspondiente de acuerdo con el resultado del referéndum, quedarán disueltas, procediéndose a la convocatoria de nuevas elecciones.

¿CÓmo? Del Suicidio Político de las Cortes Franquistas a la Ratificación por Referéndum. Se ha dicho que la tramitación parlamentaria de la LRP constituyó el suicidio político de las Cortes franquistas. La LRP pasó por el trámite del Consejo Nacional del Movimiento a principios del mes de octubre. El Gobierno estuvo ausente en los debates del Consejo, mostrando desde el principio su desapego respecto a la opinión de sus miembros. El Consejo Nacional del Movimiento propuso algunas rectificaciones menores (por ejemplo, requerir el informe del Consejo del Reino para la convocatoria de cualquier tipo de referéndum por parte del Rey), mostrándose incapaz de enfrentarse directamente con el proyecto y queriendo, no obstante, controlar en lo posible una democracia ya irreversible. El Gobierno no tomó en consideración las enmiendas del Consejo. Su decisión sí era vinculante, por lo que en ellas se jugaba el destino del proyecto de ley. La aprobación no estaba asegurada ya que la primera disposición legal enviada por Adolfo Suárez a los procuradores franquistas fue una reforma del Código Penal que tan sólo logró 225 votos, cuando para modificar las leyes fundamentales se necesitaban 280. Pero el proyecto sería aprobado por varios factores: (a) La habilidad de Fernández Miranda logró que la LRP fuera tramitada por procedimiento de urgencia; (b) El Gobierno y los sectores reformistas hicieron presión sobre los procuradores creándoles expectativas de ser reelegidos y acordando en la Ley Electoral un criterio restrictivo respecto a la proporcionalidad; y (c) Para poder influir en las Cortes se recurrió a personas que no levantasen suspicacias entre los procuradores: el ex-ministro López Bravo presidió la ponencia encargada de examinar el texto del proyecto; el ponente fue Fernando Suárez (vicepresidente del Gobierno con Arias Navarro) y el falangista Miguel Primo de Rivera y Urquijo presentó la ley a las Cortes.

El resultado final de este conjunto de maniobras fue la votación del día 18 de noviembre en la que 435 procuradores se expresaron de modo afirmativo y tan sólo 59 lo hicieron en contra. Hubo 13 abstenciones y los ausentes (hasta 531) se pueden considerar también contrarios al proyecto. Al final de la votación, Gobierno y procuradores se aplaudieron mutuamente. A esta votación y a la consecuente aprobación de la LRP se ha conocido posteriormente como el «harakiri de las Cortes franquistas». El ex diputado socialista Pablo Castellano recuerda esta anécdota: «Llegado el día de tomar la verdadera medida a aquella decisión, la aprobación de la Ley para la Reforma Política, cuando se olfatea que el modelo de monarquía que se perfila es realmente distinto al que en su día se proponía, es cuando 13 procuradores en Cortes, 7 de ellos tenientes generales y otro un general votan en contra. A su lado otros 14 votan a favor. Como Franco ya había muerto se podían permitir hacer lo que en toda su vida jamás habían hecho: votar en contra de un proyecto del Gobierno».

«¿Aprueba el Proyecto de Ley para la Reforma Política?» El texto de la LRP debía ser ratificado en referéndum nacional. Su resultado era previsible por el hecho de que los partidos de oposición que recomendaban la abstención lo hacían de una manera puramente formal, ya que estaban convencidos de que el resultado sería afirmativo por un margen muy amplio. La propaganda oficial realizó una gran presión a favor del voto afirmativo, pero fue la consulta más libre que se había realizado en España desde la Guerra Civil y la mayor parte de la población sintió que su opinión no había sido manipulada; además, supuso una primera aproximación entre el electorado y los partidos políticos. El miércoles 15 de diciembre de 1976 se celebró el referéndum por el que se planteaba a los españoles la aprobación (o no) de la LRP, ya aprobada en las Cortes. La pregunta planteada fue «¿Aprueba el Proyecto de Ley para la Reforma Política?». Con una participación del 77,8% sobre un censo de más 22,6 millones de electores, el resultado final fue la aprobación del proyecto, al recibir el apoyo del 94,17% de los votantes. El voto en contra del referéndum fue del 2,56%, con un 2,97% de votos en blanco (por encima del 5% en las tres provincias vascas) y un 0,30% de votos nulos. Estos datos ponen de manifiesto que la llamada a la abstención activa por parte de la oposición, que apostaba por la ruptura, no acabó de calar en el electorado. La oposición propugnó la abstención al considerar que la reforma era insuficiente y que la ruptura democrática era la única forma de superar el régimen.




¿Para Qué? Legalización de Partidos Políticos, Amnistía, Elecciones a Cortes Constituyentes y la Constitución de 1978 en un Bipartidismo Imperfecto. En esta situación, se aceleró el proceso de negociación y de legalización de los partidos políticos. Entre enero y abril de 1977 se suceden los expedientes de legalización de los distintos partidos políticos, entre los que se destaca: (a) La creación de la UCD, como fuerza de centro-derecha liderada por el entonces Presidente del gobierno; (b) La legalización del PSOE en febrero y del PCE en abril; y (c) La creación de AP. La opinión pública comenzó a centrar su interés, más que en las dificultades del proceso de transición, en la inminente campaña electoral que debía concluir en unas elecciones libres. Legalizado el PCE, ya podía concurrir a ellas la práctica totalidad de los partidos políticos existentes. En marzo se aprobó una Ley Electoral que reunía las condiciones necesarias para ser aceptada por todas las fuerza políticas. La dimisión de Fernández Miranda a finales de mayo pareció indicar el comienzo de una nueva etapa política: empezaba a producirse ese proceso de movilización social que siempre acompaña a una transición a la democracia. La sociedad española tenía claro lo que quería: España no vivía una revolución política. Tan sólo un 4% de los españoles se declaraba muy interesado en la política, mientras que más del 70% decía estar poco o nada preocupado por ella. Lo que los españoles buscaban era la libertad, no la revolución. Empezaba a tomar cuerpo un elevado grado de consenso: ante una escala de 0 a 10 (desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha), la mayoría optaba por el centro del espectro político. Un 42% de los españoles se declaraba de centro que, sumado la derecha, alcanzaban el 52%. Por otro lado, la izquierda era un 44% que, con la extrema izquierda, rozaba el 48%. Todo inducía a pensar que la vida política española se concentraría en dos fórmulas políticas centradas y moderadas.

A partir de aquí, quedaba abierta la carrera a las elecciones de junio de 1977, las primeras desde 1936. En estas elecciones el voto se concentró en UCD (incluía antiguos azules y socialdemócratas) y PSOE, flanqueados a derecha e izquierda por AP y PCE. El cuadro lo completaban varios partidos nacionalistas y regionalistas, que en ningún caso encabezaron los resultados de sus circunscripciones. Como era de esperar, triunfaron los partidos centristas y liderados por jóvenes con mensajes de cambio dentro de un orden. Suárez y González representaban una ruptura con el pasado. En palabras de Santos Julià, fue la muerte ritual del padre. Se querían caras nuevas. El Partido Socialista Popular de Tierno Galván, el PCE de Carrillo, y la AP de Fraga cosecharon un rotundo fracaso, especialmente estos dos últimos. AP erró en su estrategia de posicionamiento político: desde el verano de 1976, Fraga dejó de relacionarse con personalidades centristas e intentó vertebrar el franquismo sociológico para lograr una sólida fuerza electoral articulando una coalición de asociaciones políticas provenientes del régimen anterior. Durante la campaña electoral de 1977, Fraga optó por recordar el pasado y no por invocar al futuro democrático. Su condena a la legalización del PCE, su oposición a que las nuevas Cortes fueran constituyentes y su obcecación en no aceptar la voladura de la obra franquista, hicieron que su centrismo pareciera más propio del tardofranquismo que del inicio de una democracia. En definitiva, aparecía como un personaje amenazador y conflictivo para la segunda fase de la transición política.

Así pues, quedó configurado un primer sistema de partidos que no se parecía en nada al surgido en las elecciones de 1936: una nueva discontinuidad en una historia discontinua. La división izquierda/derecha no estaba ya cortada por la línea de clase social, ni de si monarquía o república. En 1936 los partidos que formaron el gobierno provisional obtuvieron una aplastante mayoría parlamentaria, en 1977 la divisoria izquierda/derecha (PSOE/UCD) resultó muy equilibrada. Tanto en la derecha como en la izquierda los triunfadores se situaban en la zona más cercana al centro, mientras que hacia los extremos quedaron dos partidos minoritarios y hubo un espacio de 25 diputados de partidos regionalistas-nacionalistas (7% del electorado). ¿Resultado? Bipartidismo Imperfecto: dos partidos habían aglutinado el 63% de los votos y se repartían el 80% de los escaños.

Al no haber mayoría de ningún partido, fueron momentos de negociación: fue un tiempo de consenso. El primer debate parlamentario se celebró a finales de 1977. Entre otros temas, se trató acerca de ampliar la amnistía, elaborar una Constitución y reconocer la personalidad de las regiones y nacionalidades. En su deseo de «llevar al Estado lo que ya estaba en la calle» y como muestra de su talante innovador, Suárez fue quien por primera vez promovió una amplia amnistía. En julio se celebró el primer debate parlamentario después de las elecciones. Lo primero que se debatió fue el proyecto de Ley de Amnistía presentado por varios grupos parlamentarios. La idea de consenso que prevaleció fue la de olvidar el pasado y no utilizarlo como arma de lucha política. Nadie que aceptase las nuevas reglas debía quedar fuera por motivos del pasado. Así pues, la amnistía general promulgada en octubre de 1977 fue el primer peldaño de un proceso que, a través de una Constitución democrática, debía conducir al ingreso de España en la Comunidad Europea. En definitiva, dibuja un escenario, un tiempo y un espacio de consenso necesario para generar la estabilidad suficiente para potenciar el inicio del nuevo proyecto de sistema político democrático y de monarquía parlamentaria que se encontraba en avanzado estado de gestación. El 23 de diciembre, la Ponencia Constitucional presentó el proyecto que habría de ser debatido por los grupos parlamentarios.




[1] PRESTON, P. (1998) Franco «Caudillo de España. Edit. Grijalbo Mondadori: Madrid.

[2] Los «continuistas» confundieron la adaptación pasiva a la dictadura por parte de la clase media con un apoyo activo al régimen por su eficacia económica. Confundieron la pasividad o apatía política de una población con poca o nula tradición democrática con una afección al Régimen derivada del desarrollismo económico que circuló en Vespa primero en un Seat 600 después.

[3] VILAR, P. (1978) Historia de España. Editorial Crítica: Barcelona.

[4] Plena crisis económica desatada en 1973 (tras la guerra arabeisraelí del Yom Kippur que provocó el brutal encarecimiento del crudo y tras la ruptura de los acuerdos de Bretton Woods que alteró el sistema monetario internacional), crisis exterior con Marruecos y profunda crisis del régimen (con facciones de la dictadura enfrentadas desde 1969).

[5] COMELLA, J.L. (2008) Historia de España Moderna y Contemporánea. Editorial Rialp: Madrid.

[6] TUSELL, J. (2005). Dictadura Franquista y Democracia, 1939-2004. Historia de España, XIV. Editorial Crítica: Barcelona.

[7] PREGO, V. (1995) Así se Hizo la Transición. Plaza & Janés Editores: Barcelona.

[8] En su obra El Arte de la Manipulación Política (1990) y aplicando la Teoría de la Elección Racional a la comprensión de varias decisiones adoptadas durante la transición española, Josep María Colomer da cuenta de «cómo Torcuato Fernández Miranda manipuló el procedimiento de selección para la terna de candidatos que el Consejo del Reino debía ofrecer al Rey Juan Carlos, con el fin de incluir en ella a Adolfo Suárez, un candidato que carecía de apoyos suficientes para salir elegido en una votación directa dentro del Consejo, pero a quien el Rey había decidido de antemano designar como Presidente del Gobierno».

[9] SODARO, M.J. (2004). Política y Ciencia Política. Editorial McGraw-Hill: Madrid.

[10] Provocó una reacción popular en la que miles de personas se manifestaron con la voluntad, no ya de continuar con el proceso de negociación, sino de acelerarlo con la legalización de los partidos políticos. «La conquista de legitimidad social del PCE avanzó la tarde de aquel entierro [el de las víctimas de Atocha] más que en los dos años anteriores». En este contexto, también cabe destacarse la ratificación del compromiso por parte de los medios de comunicación, el autocontrol del Gobierno y el comportamiento del Partido Comunista.

[11] Nueva Historia de España. La Historia en su Lugar. España en Democracia. [Vídeo] Barcelona: Editorial Planeta, [2002] 1 Disco Compacto.

[12] No obstante y mientras se debatían las reglas que regirían el nuevo sistema político, seguían vigentes las anteriores reglas que regían la política de orden público, como quedó de manifiesto con la militarización de Correos y Renfe ante sus respectivas huelgas.

[13] Nueva Historia de España. La Historia en su Lugar. España en Democracia. [Vídeo] Barcelona: Editorial Planeta, [2002] 1 Disco Compacto.


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