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El LASTRE HISTÓRICO del ROL SOCIAL de la MUJER en nuestro IMAGINARIO COLECTIVO

Estos días hemos acabado de perfilar un artículo sobre el papel desempeñado por la Iglesia Católica en la formación del Estado durante la dictadura franquista (y que, si lo deseas, puedes consultar en http://openkratia.blogspot.com.es/2013/07/el-papel-de-la-iglesia-catolica-en-la.html). 

Entre otros temas de interés, este artículo aborda el rol desempeñado por el Catolicismo en la conformación de una sociedad patriarcal que, de la mano del régimen franquista, sometió a la mujer a una moral tradicional con significado claramente político para ofrecer, desde un conservadurismo populista, una imagen de continuidad con el pasado. En este artículo se cita como ejemplo de esta dinámica socio-política el caso de la Sección Femenina de Falange Española, institución que, en el contexto de la doctrina falangista y del rol que asignaba el Movimiento Único a la mujer, convivió con la anulación de la legislación civil republicana que había ampliado los derechos civiles femeninos. 

Pues bien, durante el proceso de documentación para la elaboración de este artículo, hemos encontrado (www.tejiendoelmundo.wordpress.com) el material que mostramos en esta entrada. Se trata, ¡ATENCIÓN!, de una GUÍA DE LA BUENA ESPOSA elaborada por la ya citada Sección Femenina de Falange Española y que, a modo de infografía casi decalogada, nos relaciona, de nuevo ¡ATENCIÓN! las 11 REGLAS PARA MANTENER A TU MARIDO FELIZ. Por si saben a poco, nos regala un extra: la REGLA #12. Editado en 1953 se entregaba a todas las mujeres que se incorporaban al Servicio Social de la Sección Femenina de la Falange, el equivalente femenino del entonces Servicio Militar masculino. Por desgracia, no tiene desperdicio. La intención de compatirlo no es otra que contribuir a que se conozca nuestro ayer para que se (re)conozca en nuestro hoy y pueda modificarse (las rémoras que aún perviven) durante nuestro mañana. Lamentablemente, en el Inconsciente Colectivo del que nos hablaba Jung y que respira en el imaginario social que compartimos hoy, aún sufrimos, explícita y/o implícitamente, directa y/o indirectamente, el lastre de este retrógrado y lamentable paradigma psicológico, social y político que nunca debió formar parte de nuestra sociedad.   

¡Se recomienda leer sentad@!















EL PAPEL DE LA IGLESIA CATÓLICA EN LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO FRANQUISTA (1936-1975)

(EL ROTO para El País)

El conflicto religioso que ha afectado a la historia contemporánea de España desde las Guerras Carlistas hasta las disputas por la política laicista de la II República pone de manifiesto que los sentimientos religiosos están unidos a las expectativas, valores y comportamientos políticos de nuestro país. 


Los vínculos entre creencias religiosas y política son una constante en el tiempo, si bien, durante el franquismo, esta relación fue especialmente estrecha. La Iglesia Católica jugó un papel fundamental en la construcción y consolidación del Estado franquista y en el ejercicio de su poder político. La dictadura implantada como consecuencia de la Guerra Civil se presentó como negación del liberalismo del siglo XIX y de la democracia republicana del XX, como un intento de detener la historia y devolverla al mítico origen de la nación española: los Reyes Católicos, el Imperio y el Siglo de Oro. Un Estado totalitario que soñaba con recuperar su pasado imperial pretendió crear una sociedad cerrada, autárquica, corporativa y homogéneamente católica. Mirando siempre hacia atrás y en busca de este modelo, la Dictadura combinó instituciones de origen medieval y nostalgias coloniales adobadas con retórica proveniente del fascismo y del nacionalcatolicismo. Desde una perspectiva evolutiva de los mecanismos de socialización utilizados por la Iglesia Católica durante el periodo comprendido entre 1939 y 1975, puede afirmarse que se sucedieron tres periodos claramente diferenciados (con sendos modelos de religiosidad también diferenciados, en función de la relación establecida entre la Iglesia Católica y el régimen franquista en cada momento): 

(a) El Primer Franquismo: Contribución Simbólica a la Legitimación (1939-1959); 

(b) La Iglesia Católica en Crisis durante el Franquismo Exultante (1961-1969); y 

(c) Etapa del Concilio Vaticano II: Secularización y Deslegitimación (1969-1975).



Etapa 1. EL PRIMER FRANQUISMO: RECATOLIZACIÓN Y LEGITIMACIÓN TEOCRÁTICA DEL REGIMEN (1939-1959) [1]. Durante la década de los años 40 y 50, la recatolización (junto a la represión, regimentación, aislamiento del exterior e institucionalización del nuevo régimen) fue uno de los factores clave que definieron la construcción del nuevo régimen franquista. La adhesión incondicional al régimen en los años 40 y 50 se constata en su actuación en relación a las medidas represoras de la dictadura. La jerarquía eclesiástica justificó la rebelión militar, bendijo la Guerra Civil y colaboró permanentemente con el franquismo (hasta los primeros años 60) a cambio de la protección frente a la represión sufrida en la zona republicana durante la Guerra Civil y de la recuperación de los privilegios históricos disfrutados antes de la II República.

En los inicios del nuevo Estado, la Iglesia Católica abordó una vasta empresa de Recatolización Social, proceso en el que jugó un papel fundamental el sector de la educación (especialmente, la secundaria). Durante este periodo, el control de la Iglesia Católica en el ámbito educativo fue total, pudiendo ejercer un poder sin trabas y depurando un pasado identificado con la Institución Libre de Enseñanza. Espurgo de libros, depuración de maestros y abandono de cátedras fueron algunas de las consecuencias. Las autoridades educativas abandonaron la actuación en el sector público y dedicaron todos sus esfuerzos a sostener y expandir el sector privado: en los primeros 15 años del régimen franquista la construcción de centros de enseñanza media fue nula: 119 institutos había en 1940 y 119 seguían existiendo en 1956. Todo el incremento de alumnado se dirigió a los centros religiosos, los cuales vivieron su particular edad de oro. Por tanto, la imposición de los valores cristianos según las pautas dominantes se hizo, prioritariamente y a largo plazo, a través de una enseñanza imbuida de un nacionalismo exacerbado y una profunda identificación entre España y la catolicidad. Esta educación no sólo estaba en manos de la Iglesia Católica, sino que también participó activamente Falange Española [2]. De hecho, Iglesia Católica y Falange Española pugnaron por la titularidad de los centros docentes: mientras ésta abogaba por una titularidad del Estado, aquélla abogaba por una titularidad de la sociedad (y por tanto y a la postre, de la propia Iglesia Católica). Sin duda, esta pugna por el control de la educación fue ganada por la Iglesia Católica.


Excepto los laicos, todos los regímenes políticos utilizan, para legitimarse, diferentes referentes culturales, entre ellos, la religión (o el nacionalismo).  Así pues, la religión (por medio de la Iglesia Católica) participó activamente en la construcción del mundo simbólico del franquismo. La dictadura franquista, renunciando a una legitimación racional o legal, introdujo justificaciones de tipo tradicional y carismático, en las que destacó la labor sancionadora e integradora de la religión: la Iglesia Católica, mediante un complejo conjunto de referencias simbólicas, persiguió una Legitimación Teocrática del régimen franquista, intentando justificar su sistema social y político de tal forma que, políticamente, devino en un factor básico y esencial para constituir primero y preservar después el orden social. En suma, la dictadura instrumentalizó el aparato religioso para la socialización y la sumisión política.

Pero, ¿cómo lo hizo? La estrategia religiosa se basó en utilizar el poder político para la socialización religiosa a través de una serie de principios fundamentales, en torno a los cuales gira el discurso eclesiástico-político de estos años. Por tanto, los 5 principios estratégicos fundamentales de la Iglesia Católica para la socialización religiosa mediante el poder político fueron los siguientes: 

1)  Mito de la Cruzada. Según el discurso franquista, la legitimidad del régimen procedía de la victoria, del triunfo de las armas, porque se había salvado a la patria del enemigo comunista y anticlericalista. La transmutación del golpe de Estado contra la República en cruzada en defensa de la religión, permitió a la Iglesia Católica moldear la sociedad española según las pautas del integrismo católico. Un abrumador protagonismo de la Iglesia Católica en la vida pública y esta Cruzada Redentora del Nacionalcatolicismo fue capaz de detener (aunque solo por un par de décadas) el proceso de secularización que podía haberse instaurado en España, como ya había sucedido en otros países europeos. La jerarquía eclesiástica vinculó el régimen franquista con la España entendida como nación elegida por Dios para defender el Cristianismo: existe una clara identificación entre nacionalidad española y catolicismo. La lucha entre el bien y el mal es la lucha de la España católica contra la anti-España (las dos Españas enfrentadas por la religión). Desde el punto de vista sociológico, las devociones religiosas desempeñaron una clara función de simbolizar, reproducir y reforzar los niveles de identificación social durante la construcción del régimen franquista. Estas creencias religiosas reflejaban el espíritu combativo del catolicismo contra el régimen republicano, el cual llegará a su máximo exponente durante la propia Guerra civil y las primeras etapas del franquismo. De hecho, la Ley de Sucesión a la Jefatura de Estado de 1947, en su artículo primero, define a España como un Estado católico constituido en reino. Así mismo, el Fuero de los Españoles establecía que no se permitían otras manifestaciones externas (públicas), ni ceremonias religiosas que las de la Religión Católica, que era la del Estado español y la que gozaba de protección oficial. Sólo la especial vinculación de la dictadura a la doctrina católica más integrista puede explicar el encendido debate político que, años después, se desencadenaría en relación a la Ley de Libertad Religiosa (de 1967) que el gobierno se vio obligado a promulgar (en contra de los sectores más reaccionarios del régimen) para no entrar en abierta contradicción con las orientaciones del Concilio Vaticano II. Huelga decir que, en consonancia con el trato de privilegio que la dictadura dispensó a la Iglesia Católica, las confesiones no católicas estuvieron sometidas a una destacada marginación durante esta etapa del franquismo. 



2)  Franco: Agente de la Providencia. Como líder, Franco es representante de la voluntad divina y defensor de la civilización: enviado divino y guía mesiánico. En consecuencia, se crean dos mitos políticos impregnados de connotaciones religiosas: José Antonio y Franco. Bajo el caudillaje carismático del general Franco, el Nuevo Estado, en su origen, pretendió erigirse como una fusión de la auténtica tradición española (monárquica y católica) con el nuevo estilo fascista. Esta mezcla proporcionó al Nuevo Régimen una singular identidad: Ejército, Falange e Iglesia, las tres grandes burocracias que dominaban la vida económica, política, social y moral (y que, a la vez, lo alejaban de cualquier otro sistema vigente en Europa). Así pues, la dictadura implantada al final de la Guerra Civil se estructuró y desarrolló sobre la base compartida de tres pivotes esenciales: 

(a) Militarismo para amedrentar, 

(b) Catolicismo para adoctrinar, y 

(c) Tradicionalismo o Conservadurismo y Movimiento Único de origen falangista para gobernar. 

3)  Culpa, Castigo y Perdón. Como culpa colectiva, los desórdenes republicanos exigen una postguerra sacrificada (hambre y represión) para conseguir la redención de la sociedad española. Con este discurso, las autoridades del régimen franquista quedaban exentas de toda responsabilidad por las penurias de estos años. Paradójicamente, el recuerdo constante del vencido en la Guerra Civil sirvió para neutralizar a la oposición y a la resistencia. El régimen franquista insiste en la imagen de una Iglesia Católica mártir, cuya presencia se justifica por la sublevación de la anti-España (como enemigo común demonizado). Sobre todo durante la posguerra, el Bajo Clero hizo política: sobradamente constatada está la importancia simbólica del párroco, próximo y con un fuerte prestigio entre los feligreses. En consonancia con la formación recibida en los seminarios de mediados de siglo, las ideas de este Bajo Clero insisten en valores como el sacrificio y el victimismo (manifestando el aislamiento de la Iglesia Católica española). En este contexto, cuestionar la legitimidad de un régimen liderado por un Caudillo imbuido de esencia religiosa implica necesariamente atentar contra la divinidad misma. Para el Régimen, España era «Una, Grande y Libre», lema incorporado en una cartela en el escudo de la España franquista. Una tríada con claro simbolismo teológico (Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo) a través de la cual y de modo implícito, compara (buscando la identidad) a España con la Iglesia: Católica [Universal], Apostólica [Escogida, Jerárquica] y Romana [Una].


4)  La Religión como Legitimación del Sistema Socioeconómico: Caridad por Justicia. A diferencia de lo que ocurría años después, en esta primera etapa, el discurso ideológico de la Iglesia Católica sobre la cuestión social supone una sacralización del orden socioeconómico y una legitimación de la desigualdad. Dado el carácter natural de las desigualdades sociales, la caridad sustituye a la justicia. Conforme es sabido, el triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial generó algún sobresalto en el proceso de construcción e institucionalización del nuevo Estado. Por ello, Franco decidió soltar parte de la parafernalia fascista del régimen y resaltar su naturaleza católica con el explícito propósito de establecer un vínculo especial con la Santa Sede. A esta inflexión hacia lo católico y a la necesidad de hacer al régimen aceptable a los aliados respondió la rápida promulgación de las primera Leyes Fundamentales (Fuero de los Españoles y Ley de Referéndum Nacional en 1945 o la Ley de Sucesión a la Jefatura de Estado en 1947).

5)  Catolicismo y Sociedad PatriarcalEl catolicismo es uno de los sostenes de la familia y de la sociedad patriarcal, la cual somete a la mujer conforme al modelo social propugnado por el régimen franquista y la Iglesia Católica (defensores de un moral tradicional con significado político). El régimen franquista se sirvió de la instrumentalización política de la religión en torno a devociones y mitos religiosos populares para ofrecer una imagen de continuidad con el pasado. Algunos ejemplos: 


(a) La Sección Femenina de Falange Española, institución que, en el contexto de la doctrina falangista y del rol que asignaba el Movimiento Único a la mujer, fue dirigida desde su constitución (en 1934) hasta su liquidación (en 1977) por Pilar Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, hermana de José Antonio, el fundador de Falange [3]

(b) Desde 1936, en todas las zonas que controlaban los insurrectos, se anuló la legislación civil republicana que había ampliado los derechos civiles femeninos; y 

(c) En el entorno del proceso de recristianización del primer franquismo se produjo una catarsis moralizadora y un ensalzamiento del adoctrinamiento católico de tal magnitud que todo se convirtió en pecado y en la que la mujer devino en objeto y objeto de pecado. Había que proteger a la mujer para controlar la moralidad. Incluso el baile (especialmente, el agarrado) llegó a considerarse como una intolerable relajación de las buenas costumbres.



Etapa 2. LA IGLESIA CATÓLICA EN CRISIS DURANTE EL FRANQUISMO EXULTANTE (1959-1969). Convencido por las protestas obreras de 1956, el episcopado español publicó una carta colectiva (reiterada nuevamente en 1960) en la que la jerarquía católica reclamaba una mayor distribución social de la riqueza. Este hecho supuso un punto de inflexión hacia la focalización de la atención en los problemas sociales: el pontificado de Juan XXIII y sus encíclicas papales (en 1961 acerca de la Justicia y en 1963 acerca de la Libertad) tuvieron gran repercusión e impacto sobre los católicos progresistas y el discurso social de la Iglesia Católica, más sensible a la protección de los derechos humanos y las libertades políticas.


Por otro lado, un factor clave del papel desempeñado por la Iglesia Católica española en esta segunda fase del proceso de construcción del Estado franquista fue el Concilio Vaticano II (convocado en 1959 y clausurado en 1965). Renovó profundamente el discurso eclesiástico desplazando la acción pastoral hacia el impulso del diálogo con el mundo, priorizando las políticas sociales y aceptando la libertad religiosa. Se trataba de un nuevo discurso adaptado a una nueva realidad (secularizada) para la Iglesia Católica. Pero la jerarquía española no estaba aún preparada para un cambio tan radical, de modo que los años 60 fueron años difíciles para el episcopado español, esencialmente por dos motivos: 

(a) El citado Concilio Vaticano II establecía un nuevo marco de referencia para la Iglesia Católica que se tenía que acatar obligatoriamente; y

(b) Las posiciones contestatarias (dentro y fuera de la Iglesia Católica) salieron reforzadas.

Así pues y para no perder legitimidad social, la Iglesia Católica se alejó del régimen franquista, lo cual supuso para éste un problema de primer orden. Desde mediados de los años 60 la crisis en el seno de la Iglesia Católica en España fue evidente porque dejó de ser monolítica (como durante el primer franquismo) y pasó a producirse una clara distinción a 3 bandas entre: (a) La jerarquía; (b) Una buena parte de los eclesiásticos (que siguieron apoyando al régimen); y (c) Amplios sectores de clérigos jóvenes y de seglares [4] (que pretendían, distanciándose del régimen, renovar el discurso católico bajo el paraguas del Concilio Vaticano II, incluso apoyando discursos nacionalistas como en el caso de Cataluña y el País Vasco).

Por tanto, esta crisis se caracterizó por dos fenómenos paralelos y un tercer fenómeno posterior que implicó al Vaticano: 

(a) Tensiones Internas dentro de la Iglesia Católica, 

(b) Distanciamiento de la Iglesia Católica con el Estado Franquista. En estos años, los problemas de la dictadura con la Iglesia no procedían aún del distanciamiento de la jerarquía católica, sino del hecho de que esta jerarquía no pudo controlar ya buena parte de su base apostolar (tanto clerical, como laica) que defendía postulados sociales y políticos progresistas, que se habían visto reforzados por el nuevo discurso vaticano. La jerarquía española se había quedado en minoría, 

(c) Acelerado Alejamiento del Vaticano respecto de la Dictadura Franquista


Las relaciones entre el Vaticano y el régimen franquista experimentaron una tensión creciente desde 1967. En junio de ese año entró en vigor la ley sobre el derecho civil a la libertad religiosa cuya aprobación, auspiciada por el Concilio Vaticano II, Carrero Blanco no pudo impedir. Así mismo y en un impulso a la renovación de la Iglesia en España, en 1968 el Vaticano pretendió que el régimen franquista renunciara a su derecho de presentación (prerrogativa regia concedida por el Papa para la designación y nombramiento de obispos [5]). La vía de renovación por la que se optó fue la de los obispos auxiliares (nombramientos en los que no participaba el poder político), a la espera de que ocupasen las plazas que fuesen quedando vacantes. También los obispos jóvenes tuvieron un mayor peso a partir de la constitución en 1966 de la Conferencia Episcopal, la cual supuso el inicio de una nueva etapa en la relación Estado-Iglesia, vivida con profunda y creciente irritación por los dirigentes franquistas.

Etapa 3. (CONSECUENCIAS DEL) CONCILIO VATICANO II: SECULARIZACIÓN POLÍTICA Y DESLEGITIMACIÓN POLÍTICA [6] (1969-1975). Durante las décadas de los años 60 y 70, la secularización social es protagonista de una reducción al ámbito privado de la religión y de una desacralización de la cosmovisión del mundo motivada por la crisis de los elementos institucionales y rituales del catolicismo. Los factores que conducen a este nuevo escenario religioso y social (con consecuencias políticas) son: 

(a) Difusión de nuevos valores, sobre todo a partir del ya citado y comentado Concilio Vaticano II; y 

(b) Llegada a la edad adulta de nuevas generaciones que, sin identificarse con la Iglesia Católica, permite un proceso de Secularización Política (es decir, un abandono de las organizaciones políticas confesionales) [7].

En este contexto evolutivo, el nuevo modelo de religiosidad se estructura en torno a 3 principios básicos: 

1)  Religiosidad Vitalista y Optimista: Piedad Interiorizada, Ética y No Instrumentalización Política. Desaparecida la obsesión por la culpa, el pecado y la muerte son sustituidos por una religiosidad vital y optimista, en consonancia con los cambios sociales que experimenta el país. Dios es sustituido por Cristo. La piedad se interioriza y cobra una gran importancia la ética (en contraposición al predominio de la religiosidad exterior y ritual-litúrgica del primer franquismo), de tal modo que se dificulta la instrumentalización política acaecida durante la etapa anterior. Si en la postguerra se trataba de salvar al mundo, ahora se propone santificar lo humano.

2)  Crítica al Sistema Económico y Oposición a la Dictadura. Este nuevo modo de entender la doctrina católica implica una actitud poco complaciente con el orden socioeconómico: ahora, el foco de atención se centra en este mundo, no en el que está más allá de la muerte. Se abandonan valores como la resignación, la concepción jerarquizada y orgánica de la sociedad, por una visión más igualitaria de la misma. En consecuencia, la predicación atiende a realidades económicas, sociales y políticas concretas y el párroco se pone al servicio de la comunidad. Estos principios conducen a un compromiso social y político que lleva a la deslegitimación del régimen. Como ejemplo, podemos citar el caso de Acción Católica [8].

En esta etapa de franquismo agarrotado, hay quién ha hablado de la traición de la Iglesia Católica. Sin duda, la posición de la Iglesia Católica en 1970 ante el Consejo de Burgos [9] indicaba claramente el principio del fin de la plena sintonía entre la jerarquía católica y los dirigentes franquistas, contribuyendo a ello también otros factores como los 6 siguientes: 


(a) La profunda renovación experimentada por el episcopado español. En 1971 fue creado arzobispo de Madrid a Vicente Enrique Tarancón (nombrado en 1972 como presidente de la Conferencia Episcopal), quien sintonizaba plenamente con la renovación impulsada por el Concilio Vaticano II. Era visto por los ultrafranquistas como la cabeza visible de los obispos y sacerdotes rojos. En estos momentos, la nómina de obispos progresistas ascendía a un 45%; 

(b) Paralelamente, las relaciones con el Vaticano no mejoraron ante las repetidas negativas de Franco a renunciar a su derecho de presentación, 

(c) Se incrementó la colaboración y participación activa de algunos clérigos en los movimientos sociales y políticos de carácter antifranquista. Incluso colaboraron con el PCE (especialmente en Catalunya y el País Vasco, ante las políticas de represión cultural y lingüística del régimen franquista); 

(d) Cada vez fueron más frecuentes las críticas y condenas eclesiásticas de actuaciones y situaciones cuyo último destinatario era el régimen. Por su parte, las autoridades franquistas recurrieron cada vez más a las sanciones (económicas y penales) contra los clérigos disidentes [10]

(e) En 1971 la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes aprobó por mayoría (aunque no absoluta) una declaración autocrítica con el papel ejercido por la Iglesia Católica durante la Guerra Civil en la que se pedía perdón por no haber sido ministros de reconciliación fraternal [11]; y 

(f) En 1973 los obispos aprobaron el documento La Iglesia y la Comunidad Política en el que solicitaban la revisión del Concordato (renuncia mutua de privilegios entre Estado e Iglesia Católica) para asegurar la independencia de ambas instituciones, así como del pluralismo ideológico y político. 



3)  Pluralidad de las Formas de Entender la Religión. Convive la religiosidad tradicional con la religiosidad comprometida. Indirectamente, esta circunstancia refleja una mayor inquietud política en la sociedad española. En las décadas de los 60 y 70 tuvo lugar una profunda renovación del Bajo Clero y una posterior crisis de la figura del sacerdote ante la novedosa doctrina conciliar y la secularización. Una nueva generación de sacerdotes había accedido a doctrinas teológicas difundidas fuera de España que favorecían la tolerancia y el compromiso. Según algunas encuestas, en esos años muchos clérigos se identificaban con posturas de centro-izquierda y estaban en desacuerdo con una Iglesia ligada al Estado, es decir, manifestaban un deseo de acabar con la situación vigente en España. Las nuevas generaciones de sacerdotes contribuyeron a la deslegitimación del régimen, negándose a considerar la Guerra Civil como una cruzada y al régimen franquista compatible con el Cristianismo. Estos sectores del clero se encontraron con la falta de flexibilidad de la jerarquía ante sus novedosas propuestas pastorales. Estos procesos de cambio y conflictos internos ponen de relieve la distancia existente entre un episcopado que actuaba conforme a unos principios anacrónicos y unos sacerdotes identificados con las propuestas del Concilio Vaticano II y con la democracia.

La conflictividad religiosa se manifiesta también a través del anticlericalismo, tanto de la oposición política al régimen, como desde los sectores más próximos a él. Los ataques a la Iglesia Católica se dan en las organizaciones opositoras, pero también algunos falangistas manifiestan actitudes anticlericales, que responden a divergencias ideológicas y sobre todo a luchas por el poder. En los años 60 y sobre todo en los 70 crece el anticlericalismo de los colectivos más retrógrados de la dictadura (ultrafranquistas próximos al búnker). Surgió un insólito anticlericalismo ultrafranquista que se manifestaría incluso con acciones violentas. (Puede citarse Tarancón al Paredón cuando oficiaba el funeral de Carrero Blanco en el Paseo de la Castellana de Madrid en diciembre de 1973). De igual forma, sectores contestatarios católicos critican el trato benévolo de la jerarquía eclesiástica hacia la dictadura. Estas tensiones contribuyeron en gran medida a debilitar al régimen. Es en los últimos años del régimen cuanto tiene lugar la Crisis del Anticlericalismo como conflicto social, gracias a la desactivación de la cultura política que lo había configurado en épocas anteriores y por la integración de sectores católicos progresistas en la lucha antifranquista.


(EL ROTO para El País)

[1] Este periodo también ha sido calificado como de Religiosidad Total en la Posguerra o de Intento de Restauración Religiosa y Política Total (concretamente, de 1939 a 1950), unido a una segunda subfase (de 1950 a 1965) de Cambio hacia la Acción Católica Especializada.

[2] A través del SEM (Servicio Español del Magisterio, por el que forzosamente tenían que pasar todos los maestros) y de la FEN (Formación del Espíritu Nacional) impartida directamente por falangistas.

[3] Impregnada de un ferviente catolicismo, la Sección Femenina adoptó las figuras de Isabel la Católica y Santa Teresa de Jesús como modelos de conducta y símbolos de su acción. El carácter beato de Pilar Primo de Rivera, junto con el hecho de ser la hermana del Ausente, le abrió las puertas del régimen franquista, que vio en ella la persona idónea para indoctrinar a la mujer en su papel secundario que el Nuevo Estado le reservaba y con el que Pilar estuvo siempre de acuerdo. Su confirmación institucional les llegó en 1937, cuando el General Franco les entregó el control exclusivo del recién creado Servicio Social de la Mujer, equiparable al Servicio Militar masculino (y, como éste, obligatorio).

[4] Fiel no perteneciente al clero. Sinónimo de laico. El concepto laico fue retomado especialmente a partir del Concilio Vaticano II.

[5] En 1965, el 70% de los obispos eran mayores de 60 años, hecho que, por cuestiones ideológicas, dificultaba su adaptación a los nuevos requerimientos vaticanos.

[6] Este periodo también ha sido calificado como de Posconcilio y Crisis (1965-1975) en la que se distinguen dos etapas: (a) Religiosidad Personal (parte de la década de los 60 y ejemplificada por los Cursillos de Cristiandad) y; (b) Religiosidad del Compromiso (durante los años 60 y 70). En suma, de 1965 a 1975 se pasa de las dos Españas a una nueva realidad social y política en la que la religión está presente en todas las tendencias políticas.

[7] Muchos jóvenes se identificaron con las nuevas propuestas religiosas debido a que habían recibido una educación más sólida y no habían participado en la guerra (con lo cual, tenían menos sentimientos de culpa que sus mayores). Estas nuevas generaciones no se identifican con la Iglesia Católica, extendiéndose una pluralidad de creencias políticas en el seno del catolicismo español (Secularización Política).

[8] Durante el franquismo y como principal organización de laicos de la época, había llegado a convertirse en un instrumento privilegiado de socialización político-religiosa. ¿Por qué entra en crisis durante la segunda mitad de los años 60? La decepción de los católicos más activos por la tardanza de la jerarquía eclesiástica en renunciar a la situación de privilegio de que gozaba el catolicismo contribuyó a incrementar el aislamiento de la Iglesia Católica y la secularización en los últimos años del franquismo, así como la desconfianza hacia la dictadura. Cuando en 1966 Acción Católica intentó aplicar los nuevos principios del Concilio Vaticano II, la intervención de la jerarquía impidió las manifestaciones contrarias al régimen. En marzo de 1967 la Conferencia Episcopal aprobó un texto en el que se supeditaba a Acción Católica a las directrices de la jerarquía. Para asegurarse, llevó a cabo un cambio de la cúpula de Acción Católica, la cual provocó su paralización hasta 1972.

[9] Juicio contra 16 miembros de ETA acusados de asesinar a 3 personas, entre ellas a Melitón Manzanas y en el que estuvieron inculpados algunos miembros del clero vasco.

[10] La prisión de Zamora (especial para sacerdotes) devino en una insólita realidad en la católica España. De hecho, se produjo una creciente vigilancia policial sobre la actividad de los eclesiásticos.

[11] Este texto descalificaba el concepto crucial de cruzada, esencial para la legitimación del régimen durante y después de la Guerra Civil. En 1972 el propio Carrero Blanco expresó públicamente que la española no fue una Guerra Civil, sino una Guerra de Liberación ante el peligro de perder la independencia de la nación.


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LARGA DICTADURA DEL GENERAL FRANCO: La Colmena (6 de 6)

Texto académico de evaluación continua
Historia Política y Social Contemporánea de España
(Grado de Ciencia Política y de la Administración -UNED).
La Colmena 
(1982) 112’
Dirección: Mario Camus
Producción y Guión: José Luis Dibildos
Oso de Oro a la Mejor Película
Festival Internacional de Cine de Berlín 1983

Basada en La Colmena (1951) Camilo José Cela




El 1 de Abril de 1939 nos deja una España que, durante la década posterior, se muestra aislada, pobre y deprimida en lo económico y gris, atemorizada y católicamente adoctrinada en lo social. En la segunda cuestión planteada en la presente PREC se ha visto como «la represión fue el primer pilar sobre el que se consolidó el Nuevo Estado. Le siguieron una fuerte regimentación y recatolización, que, aislados del exterior, culminó en una institucionalización del Estado franquista». Entre otras consideraciones y atendiendo a la película seleccionada, esta situación nos plantea dos dimensiones de análisis de especial relevancia: (a) Contexto Económico y (b) Contexto Social.



CONTEXTO ECONÓMICO. «Una España aislada, pobre y deprimida en lo económico». Con una población de poco más de 26 millones de habitantes, en 1940 España presentaba una Renta per Cápita de 2.080$, esto es, el 44% de la renta per cápita del momento de los doce primeros países de la Europa Occidental (Growth and Development Centre, 2003). Este nivel de renta equivale al 12% del que dispusimos en el año 2003 (que ascendió a 17.021$). ¿Por qué este bajo nivel de renta? A pesar de que hay quien lo atribuye a la falta de reservas del Banco de España llevadas a Rusia por el bando vencido (Comella, 2008:345) a pesar de que Franco recibió durante su dictadura regalos por valor de 4.000 millones de pesetas (Preston, 1999:43), uno de los factores que conforman la ecuación es la autarquía que dominaba nuestra economía. Quién sabe si inspirado por alguna de las corrientes filosóficas de la Antigua Grecia que veían en la autarquía un ideal de vida propia del sabio, que se basta a sí mismo para ser feliz porque no necesita cualquier otra cosa para el ejercicio de la virtud, el Nuevo Régimen se configuró como autosuficiente e impermeable a intercambios económicos con el exterior. Imbuidos por el inicio de la construcción del Valle de los Caídos [1] y la retórica de su decreto fundacional [2], se vivía, se sobrevivía, con lo que se producía, pero no se producía lo que se necesitaba. El hambre se hizo larga, muy larga. No es preciso explicar que venía de antes de la guerra, que era endémica en el país […] pero la guerra había devastado lo poco que había mejorado durante la II República. La España urbana [la de La Colmena] estuvo con la República: la de los obreros, intelectuales y empleados (Haro Tecglen, 1994).


Por Ley de 10 de marzo de 1939 se creó la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes, con competencias sobre multitud de artículos de primera necesidad (desde el pan y la leche hasta las patatas y los cereales, pasando por la carne, el pescado o los textiles). Las infracciones se perseguían por una Fiscalía de Tasas, creada en septiembre de 1940, que podía llevar a los culpables ante tribunales militares, competentes también en esta clase de delitos. Las consecuencias fueron inmediatas: al fijar precios bajos, los agricultores labraron menos tierra, ocultaron cosechas y canalizaron parte de su producción al mercado negro y al estraperlo. La consecuencia fue un descenso de los salarios agrícolas de un 40% respecto a los pagados antes de la guerra. No obstante, la reducción de salarios y la disponibilidad de una abundante y sometida mano de obra no favorecieron en nada a la producción. Los años cuarenta conocieron las hambres provocadas por mediocres cosechas. Los alimentos básicos quedaron sometidos a régimen de racionamiento [3], que no fue suprimido hasta comienzos de la década siguiente. En el ámbito industrial la producción sufrió una profunda depresión que alcanzó su punto más bajo años después de terminada la contienda. Al finalizar la década de los años cuarenta, la política económica impuesta por el Nuevo Régimen había fracasado: la producción agrícola había retrocedido; la industria estaba sumida en una permanente depresión: toda la economía se sentía atenazada por el rígido intervencionismo estatal y por la proliferación de una burocracia ineficiente. El mercado negro y las corruptelas habían florecido, mientras el nivel de vida de la mayoría de los españoles había descendido por lo menos un tercio de lo alcanzado al comenzar los años treinta. En 1930, España presentaba una Renta per Cápita de 2.620$, esto es, un 26% mayor que la de 1940. A su vez, esta cifra representaba el 60% de la renta per cápita del momento de los doce primeros países de la Europa Occidental (Growth and Development Centre, 2003). En el Gráfico 1 puede observarse la evolución de la Renta per Cápita de España a lo largo del siglo XX (en comparación con Portugal y México).

Gráfico 1. Comparación del PIB per cápita nominal de España, Portugal y México durante el siglo XX
CONTEXTO SOCIAL. «Una España gris, atemorizada y católicamente adoctrinada en lo social». En 1940, la sociedad española sólo había experimentado un crecimiento del 9% con respecto a la población de 1930. A su vez, la década de los cuarenta supuso un crecimiento del 8% de su número de habitantes censados [4]. Una población que, según Franco, había que recatolizar: «Es nuestra tarea, ahora, recristianizar nuestra nación» (Haro Tecglen, 1994). Poco después, en 1945, se aprobaría El Fuero de los Españoles [5] como herramienta dogmática del Nuevo Régimen para incrementar la unidad espiritual, nacional y social de España. Entre otras joyas jurídicas y a efectos de aprehender la comprensión de la doble moral que domina el comportamiento social en La Colmena (basada en el antiguo aforismo latino «lo que es lícito para Júpiter, no es lícito para todos» [6]) esta ley establece que: (a) Los españoles debían servicio fiel a la Patria y lealtad al Jefe del Estado; (b) El derecho (¿obligación?) de profesar y practicar la Religión Católica, protegida oficialmente por ser la del Estado español, gozará de la protección oficial; y (c) El Estado reconoce y ampara a la familia como institución natural y fundamento de la sociedad, siendo el matrimonio uno e indisoluble. En definitiva y en el contexto de la hemiplejia moral [7] del momento, España, Franco, Misa y Familia. Eran tiempos en los que la palabra piernas estuvo prohibida durante mucho tiempo por sicalíptica. Hasta en las crónicas de fútbol se hablaba de extremidades (Haro Tecglen, 1994). Tiempos en los que, al casarse, el cura extendía un certificado de matrimonio de urgencia para que los hoteleros admitiesen a la pareja. Y en los que en las notas de sociedad, la censura impedía la mención de «los recién casados salieron en viaje de bodas a» para que el lector no imaginase «qué estarían haciendo» (Haro Tecglen, 1994).

El fotograma que sirvió como cartel promocional de la película muestra la escena en la que una madre («una persona de orden y adicta» [al Régimen] para la que «tener un nieto sacerdote sería la ilusión de su vida» y para quien «los hombres se divierten con las fulanas y se casan con las mujeres decentes») cena junto a su hija y su marido («buena persona aunque votase a Azaña en 1936» y aficionado a escuchar por las noticias de la BBC [8], cansado del No-Do radiofónico). Padre e hija se cruzan, y se evitan, la mirada cuando comprenden que, entre tristes cucharadas de doble moral imposturada, las relaciones extramatrimoniales de él y las prematrimoniales de ella [con su novio eterno opositor a notarías y amedrentados [9] de No-Do cinematográfico [10]] les han hecho coincidir en la misma casa de citas. Esta historia, junto con el resto que conforman La Colmena, nos muestra «una crónica amarga de un tiempo amargo y cuyo principal protagonista es el miedo», tal y como la definiría el propio Cela. La historia sucede durante unos pocos días de una Semana Santa en la Madrid de plena posguerra y nos muestra retazos de las dos Españas del momento y de su pasado más reciente [11]. Desde un punto de vista objetivo, aunque con matices de un cierto realismo crítico, nos describe y nos muestra la realidad social de los primeros años cuarenta, cómo la población sufre las consecuencias de la Guerra Civil. Un grupo de tertulianos se reúnen todos los días en el café La Delicia. Con poco más de una veintena de personajes, entre los que predominan los de clase media baja, queda representada la estática (estructura) y la no dinámica (no cambio) social del momento. Desmenuzado en un mosaico de pequeñas anécdotas entrecruzadas, presenta un argumento dónde lo importante es la suma de todas ellas por cuanto conforma un conjunto de vidas cruzadas, como las celdas de una colmena.

La Delicia está regentado por doña Rosa, quien, siempre de riguroso luto y con un retrato de Hitler colgado en la rebotica, grita «rojo indecente» [12] a uno de sus empleados y acoge a sus clientes en mesas de mármol, cuyos reversos aún conservan las inscripciones de lo que un día fueron lápidas. En ellas, y al son de Ojos Verdes y La Bien Pagá de Miguel de Molina [13], existe una «república de las letras» conformada por poetas, escritores y un ilustre jurista con vocación académica que, «aunque sin papel que llevarse a las plumas», entablan tertulias sobre Stendhal. No tienen para café. Mucho menos para un Porto Flip [14]. No tienen para cuarterones [15], ni papel de fumar. Tampoco para cerillas. Sólo para agua y bicarbonato. Uno de ellos, sin sombrero ni abrigo, viste camisas y trajes sisados por su hermana a su cuñado (con quien está enemistado por motivos ideológicos), mientras, acogido por caridad por la dueña de un prostíbulo [16], duerme cuando queda libre una cama caliente. Conviven con ellos burgueses venidos a menos. Vienen de cumplir condena por falsificar cartillas de racionamiento. Con cuellos de camisa limpiados con goma de borrar, trapichean estraperlando plumas Parker y dentaduras postizas, hurtan al descuido huevos frescos de la despensa de su casera y leche condensada a sus compañeros de piso. Se enfrentan a algún «nuevo rico» que, entre el humo de puros de cinco pesetas y con la intermediación de alcahuetas de «casa decente», se ganan los favores de la mujer joven necesitada [17], enamorada de un tísico estigmatizado socialmente por la tuberculosis, el único que consigue probar jamón durante toda la película. Para ellos, los «nuevos ricos», casados o solteros, no hay deshonor al que temer [18]. Entre tanto, se hilvanan: homosexuales [19], «hombres de malas costumbres» que acuden a los «billares para ver posturas»; madres deseosas que sus hijas «queden embarazadas para casarlas»; prostitutas que apodan «la Uruguaya» a una de sus compañeras porque es de Buenos Aires; Grises uniformados que se dicen: «Ahí van dos maricones y uno que escribe» y grises con gabardina que asaltan el pacífico paseo nocturno del «bohemio» en busca de identificación. En definitiva y en conjunto, gentes en situación inestable, de futuro incierto, abocadas a vivir a salto de mata, con ilusiones y proyectos de futuro engañosos porque sus miradas jamás descubren horizontes nuevos. Su única ilusión y por la que todos ellos abandonan la tertulia para escribir: optar a las dos mil pesetas con que se obsequia al ganador de «unos Florales». «Unos Florales», los de Huesca, que no ganan. Volverán a intentarlo con los de Albacete, evitando que sus vidas sean unas mañanas eternamente repetidas. Intentando evitar escribir sobre las grandezas de Carlos V e Isabel II en las revistas del Movimiento para ganar 100 pesetas con las que poder convidar a «unos suizos» a los compañeros de la «república de las letras» para quienes no existió ni la parte final del artículo 5 [20] del Fuero de los Españoles, ni la totalidad del 28 [21].



[1] El monumento y la basílica se construyeron para perpetuar la memoria de los caídos de nuestra gloriosa Cruzada [...] La dimensión de nuestra Cruzada, los heroicos sacrificios que la Victoria encierra y la trascendencia que ha tenido para el futuro de España esta epopeya, no pueden quedar perpetuados por los sencillos monumentos con los que suelen conmemorarse en villas y ciudades los hechos salientes de nuestra historia y los episodios gloriosos de sus hijos.

[2] Decreto de 1 de Abril de 1940, disponiendo se alcen Basílica, Monasterio y Cuartel de Juventudes, en la finca situada en las vertientes de la Sierra de Guadarrama (El Escorial), conocida por Cuelgamuros, para perpetuar la memoria de los caídos de nuestra gloriosa Cruzada.

[3] El periodo posterior a la Guerra Civil española estuvo marcado por la escasez. Una orden Ministerial de 14 de mayo de 1939, estableció el régimen de racionamiento en España para los productos básicos alimenticios y de primera necesidad. El racionamiento no alcanzaba a cubrir las necesidades alimenticias básicas de la población, por lo que vivieron años de hambre y miseria. Se establecieron dos cartillas de racionamiento, una para la carne y otra para el resto de productos alimenticios. Se dividió a la población en varios grupos: hombres adultos, mujeres adultas (ración del 80% del hombre adulto), niños y niñas hasta 14 años (ración del 60% del hombre adulto) y hombres y mujeres de más de 60 años (ración del 80% del hombre adulto). La asignación de cupos podía ser diferente también en función del tipo de trabajo del cabeza de familia. Inicialmente las cartillas de racionamiento eran familiares, pero en 1943 fueron sustituidas por cartillas individuales, que permitían un control más exhaustivo de la población. En mayo de 1943 (BOE de 15 de abril de 1943), al mes de la entrada en vigor de la cartilla individual, el número de racionados en España era de 27.071.978 personas. La distribución de alimentos racionados se caracterizó por la mala calidad de los productos y puso de manifiesto corrupción generalizada y el mercado negro. El racionamiento perduró oficialmente hasta mayo de 1952, fecha en que desapareció para los productos alimenticios. Entre 1950 y 1960 el consumo per cápita de carne y papel se duplicó y el de azúcar o de electricidad se triplicó.

[4] Al comenzar la guerra mundial, España tenía 26.187.899 habitantes (censo de 1940), y había crecido en 2.343.103 en los últimos 10 años, pese a los tres años de guerra civil y al exilio. Diez años después (1950) habría crecido, contra todas las previsiones, solamente en 2.180.743 personas (Haro Tecglen, 1994).

[5] Una de las ocho Leyes Fundamentales del franquismo en la que se establecía una serie de derechos, libertades y deberes del pueblo español. Esta ley pretende ser una declaración de derechos y libertades, aparentemente liberal. No obstante, la literalidad de su artículo 33 decía: «El ejercicio de estos derechos no podrá atentar contra la unidad espiritual, nacional y social de España».

[6] «Quod licet Iovi, non licet bovi».

[7] Término acuñado por José Ortega y Gasset en el prólogo de La Rebelión de las Masas (1937). Su intención con este término es criticar a las personas que, autodeterminándose dentro de la derecha o la izquierda políticamente hablando, son incapaces de pensar más allá de su ideología.

[8] Por la noche, cuatro golpes de timbal con la Quinta de Beethoven señalaban la sintonía de la BBC. ¡Cuidado con los vecinos! (Haro Tecglen, 1994).

[9] Y, lo peor: una nota en los periódicos con el título de Multados por cometer actos inmorales en los cines y los nombres del chico y la chica. A alguna le costó ser expulsada de su casa. Al chico le felicitaban sus compañeros: pero en los colegios de frailes o monjas se podía llegar a la expulsión. (Haro Tecglen, 1994).

[10] Aparece el NO-DO. Se nutre del Luce italiano, del UFA alemán […] Aparece, también, la costumbre de llegar un cuarto de hora más tarde al cine para evitarlo. (Haro Tecglen, 1994).

[11] Hasta 1942, en las esquelas de los periódicos era corriente la anotación: «Murió víctima de los padecimientos sufridos en la zona roja» […] mientras que las otras muertes aparecían muy pocas veces. En todo caso, se publicaba una noticia de redacción y título obligatorio: «Sentencia cumplida», siempre y cuando fuese considerada legal por los consejos militares. Gran parte de los asesinatos dejaban constancia en los registros (los que la dejaban) con la mención de «fallo cardiaco» […] Siempre dos Españas. La del exilio: con el título de España Peregrina, Bergamín, Carner y Larrea fundaron en México una revista de la intelectualidad republicana. En Madrid, Dionisio Ridruejo fundaba la revista Escorial (Haro Tecglen, 1994).

[12] Al terminar la guerra, la España que comía recibió a la que no comía ni trabajaba (debido a las depuraciones) (Haro Tecglen, 1994).

[13] En una tribuna de la calle de Alcalá, las gentes de teatro que habían quedado en Madrid vieron desfilar a las tropas vencedoras: Benavente, Miguel de Molina, levantaban el brazo. No les sirvió. Al primero le prohibieron el nombre para no estrenar Al  segundo le apalearon unos señoritos falangistas con cargo oficial y se fue al exilio (Haro Tecglen, 1994).

[14] Un cóctel de moda en las boîtes (oscuras, sombrías, tristes: imperaba el bolero) era el Porto Flip. En su composición, con el oporto, yema de huevo y avellanas: alimentaba (Haro Tecglen, 1994).

[15] «¡Lo tengo negro, lo tengo picao!», gritaban las vendedoras a la puerta del metro. Una broma de lenguaje para referirse al tabaco (de estraperlo) de picadura: los cuarterones (Haro Tecglen, 1994).

[16] «Guapo, di que soy tu novia», decía de pronto, en la noche, una chica que se agarraba al brazo de un hombre que pasaba por la Gran Vía: para burlar la redada de la policía. A las prostitutas las pelaban, las llevaban a un campo de concentración y, según ellas, no dejaban de violarlas (Haro Tecglen, 1994).

[17] Algunos sentían solidaridad. Otros llevaban encima el orgullo de acostarse con la viuda o la hija del vencido encarcelado o asesinado. (Haro Tecglen, 1994).

[18] Estaba la Casa de Campo […] Se podía llevar a la novia […] La policía tenía perros adiestrados al olor sexual: olfateaban, corrían silenciosos y sólo ladraban cuando tenían bajo sus patas a la pareja […] pecadora: inmovilizados, eran fotografiados por el flash de los guardias, que avisaban a los familiares con la foto ya revelada y se la mostraban: no había más delito que la multa y el deshonor. Para los casados, tenían preparada una denuncia escrita y, cuando llegaba el cónyuge que no sabía por qué su pareja estaba detenida, le mostraban la foto y le ponían delante la denuncia para que firmase: el adulterio era sólo perseguible a petición de parte (en algunas épocas, comportaba pena de siete años de prisión. El adulterio entró en el Código Penal en mayo de 1942 (Haro Tecglen, 1994).

[19] Para los homosexuales había un campo [de detención]; creo recordar que el de Nanclares de la Oca. Estaba dividido para hombres y mujeres. Por la moral. Muchos, generalmente intelectuales, huyeron de España por este motivo. Incluso un biógrafo de José Antonio Primo; quizá enamorado de él en silencio. (Haro Tecglen, 1994).

[20] «Todos los españoles tienen derecho a recibir educación e instrucción y el deber de adquirirlas, bien en el seno de su familia o en centros privados o públicos, a su libre elección. El Estado velará para que ningún talento se malogre por falta de medios económicos».

[21] «El Estado español garantiza a los trabajadores la seguridad de amparo en el infortunio y les reconoce el derecho a la asistencia en los casos de vejez, muerte, enfermedad, maternidad, accidentes del trabajo, invalidez, paro forzoso y demás riesgos que pueden ser objeto de seguro social».

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